martes, 18 de febrero de 2014

Una nana-cuento que alivia el dolor...

Preparando mi clase de mañana sobre la poesía del siglo XX he recordado un poema breve que me gustaba recitar a Helena cuando era más chiquitita, y que tenía casi olvidado... así que habrá que recuperarlo del olvido y volver a traerlo a su realidad; y además tengo la oportunidad de  recitárselo ahora a la peque de la casa, que se queda embobada y se ríe a carcajadas cuando le recito algún poema. 

Leer poesía a los niños es como escuchar música en un idioma que no entiendes, puede conectar contigo pese a no saber exactamente lo que dice, porque se juega en el plano de las emociones, de la conexión con la musicalidad y el alma... por eso elijo hoy esta nana-cuento sanadora.


Miguel Hernández pasó muchos años de su vida en diferentes cárceles por defender sus ideales políticos de izquierdas, llegó incluso a luchar en la Guerra Civil en el bando de los republicanos. La cárcel supone la separación física de su amada Josefina, y de su hijo Manolillo, como él lo llamaba siempre. Muchos de sus poemas van dirigidos a ellos y a las penurias y al hambre que estaban pasando.  

Un día notó que su compañero de celda estaba triste, al preguntar qué le ocurría le contó que estaba cerca el cumpleaños de su hija, y que estando en la cárcel no podía regalarle nada, por lo que se sentía muy mal. Así que Miguel Hernández cogió una vieja cartulina que tenían y le compuso este poema y el dibujo para que su compañero pudiera mandárselo a su hija como regalo de cumpleaños y así poder hacer a la niña un poquito más feliz, tan feliz como a él le gustaría que fuera su Manolillo...



¿Qué contar a una niña de cinco años...? Dejemos volar la imaginación...


El pez más viejo del río
de tanta sabiduría
como amontonó, vivía
brillantemente sombrío.
Y el agua le sonreía.

Tan sombrío llegó a estar
(nada el agua le divierte)
que después de meditar,
tomó el camino del mar, 
es decir, el de la muerte.´

Reíste tú junto al río,
niño solar. Y ese día
el pez más viejo del río
se quitó el aire sombrío.
Y el agua te sonreía.




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